“…le pregunto a la señora que estaba parada a mi lado con cara de enojada, ¿Y Francisco? A lo que ella responde ¿Qué Francisco?, me callé… entré al baño, y mientras hacia lo mío, pensaba en la embarradita que cometimos”.-
Por Alejandra Rodríguez (*)
Tener amigas es lo mejor que hay, son nuestras hermanas, confidentes, partners, etc. Me encanta tener esas conversaciones eternas por teléfono, ver televisión y coincidir a través de whatsap en algún comentario constructivo a la teleserie, reírnos hasta hacernos pipi por las tonteras que leemos en el face.
Recuerdo muchas aventuras que tuve en mi juventud con amigas. Una vez estábamos saliendo de un happy hour (y nos tomamos varios, sólo porque estaba baratos), se imaginarán como salimos, caminábamos lo mas dignas posible y logramos llegar, según yo, a la casa de un amigo en común que teníamos. La cosa es que golpeamos a la puerta porque no dábamos más de las ganas de hacer pis. Nos abrió una niñita con un perro pastor alemán súper bravo, y mi amiga asustada le ordenó sostener al perro. Yo pregunté de inmediato dónde estaba el baño, y la chica, confundida, nos lo indicó, pero nos advirtió que estaba ocupado. Como ya estábamos a punto de estallar, mi amiga golpeaba la puerta diciendo ¡apúrese señora! Hasta que salió por fin y ella entró. Mientras mi amiga hacia lo suyo en el baño, yo miraba la casa y trataba de buscar a mi amigo; y le pregunto a la señora que estaba parada a mi lado con cara de enojada, ¿y Francisco? A lo que ella responde ¿Qué Francisco?, me callé… entré al baño, y mientras hacia lo mío, pensaba en la embarradita que cometimos. Salí digna y le dije a mi amiga que nos fuéramos, que esa no era la casa.
Cosas como esta son las que sólo podemos pasar con amigas, las únicas que nos comprenden totalmente.
Como ya no soy una chiquilina y mis amigas tampoco, tenemos otro tipo de dinámica hoy. Nos reunimos en alguna casa de nosotras, con hijos, maridos y todo alrededor de un rico asado que preparan los hombres, mientras nosotras preparamos las ensaladas, aperitivos, etc., y los niños juegan por toda la casa.
Nuestras conversaciones son dignas de grabar por lo profundas que son (…si, claro…). Hablamos de los hijos, de los realitys, de las vecinas. Pero lo mejor de todo es la costumbre que hemos adquirido de quejarnos de nuestros maridos, por qué pelean, por qué reclaman, sus mañas, ronquidos, y hasta las relaciones sexuales; nos escuchamos y entretenemos. Luego nos sentamos todos a almorzar, seguimos tomando nuestros traguitos y los hombres nos molestan por cualquier cosa que digamos. Pero ellos no saben que nosotras ya conocemos hasta como se porta en la intimidad, así que digan lo que digan, no nos molesta, y nos reímos en complicidad.
Después del almuerzo tenemos dos alternativas: o jugamos a las cartas o bien nos ponemos a cantar en el karaoke, y sin darnos cuenta ya se nos fue el día.
También está el caso de mis amigas solteras. Pues bien, con ellas la dinámica es diferente, pues nos juntamos a almorzar un día de semana que coincidamos por nuestros horarios y nos ponemos al día con las copuchas de nuestras vidas. De vez en cuando nos reunimos sólo mujeres en nuestro club de Lulú, a tomar traguitos, cantar y bailar, pero sólo mujeres y lo pasamos muy bien también.
Con todo esto quiero decir que las amigas son las hermanas que siempre quisiéramos tener, y aquella que no las tenga, pues, está muy mal en la vida, debe ser una persona muy sola.
Aunque, también existen esas amigas malditas. Esas que se dicen ser tus amigas, cuando la verdad es que te odian y critican todo lo que tú haces. Mira me compré este pantalón. ¡aahh1 –responde- te queda mal, no se te ve la cola, o se te arranca el rollo. Comentarios que te amargan, que si la dejas sola con tu marido es muy capaz de tentarlo, esas que te piden plata y no te la devuelven jamás, otras que son demasiado hiperventiladas y te dejan en vergüenza siempre, como cuando te preguntan a todo pulmón si se te paso la picazón que tenias ayer en aquel lugar.
En fin existe de todo en este mundo, así que resumiendo es mejor tener amigas por montones, a no tenerlas.
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(*) Alejandra Rodríguez es una mujer joven, putaendina, madre de tres hijos hermosos, vendedora de soluciones telefónicas, le acaban de regalar un auto y va desenfadada y feliz por la vida.
En suma, madre, hija, esposa, apoderada, trabajadora, amiga y a veces bruja. Ella es…una mujer como tú.