Por Alejandra Rodríguez (*)
La chaya de nuestros tiempos es muy distinta de la Chaya de hoy en día. Antes no importaba mucho que artista venía o no, la cosa era disfrutar en comunidad -por un par de semanas- al pueblo. Hoy la cosa es qué ciudad tiene la mejor Chaya, y cuánto se gasta cada municipio. Afortunadamente Putaendo se caracteriza por ser una de las mejores. Pero hoy les contaré como descubrí yo la chaya…
Cuando llegué a este pueblito, por allá en el año 1990, tenia recién 13 tiernos años y aun jugaba con mis muñecas Barbie, a las cuales vestía con ropajes hechos por mis lindas manitas y les inventaba historias como los de alguna teleserie barata, y quedaban ciegas o les robaban la guagua. En fin, esa es harina de otro costal. Hoy les contare otra cosa.
Cuando llegué a este hermoso valle, a mi hermana -que era una jovencita muy guapa y bien apreciada por los mozos de aquellos años- la invitaron como gran novedad a la Chaya de Putaendo. Mi mamá, como buena madre, la dejo ir, siempre y cuando me llevara a mi también. Así que mi hermana se encargó de buscarme una buena tenida para que no destiñera al lado de ella.
Ninguna de las dos sabía de que se trataba el asunto de la Chaya, de la que tanto se hablaba por aquellos días, veníamos llegando de Santiago, así que ni idea de lo que podría ser. A mí se me venía a la mente un cumpleaños gigante donde nos tiraríamos mucha chaya, y la cosa más o menos iba por ese lado, por que cuando llegamos lo primero que vi es que había mucha gente, y me llamó la atención que todos daban vueltas en la plaza, y efectivamente había mucha chaya en el suelo.
Mi hermana poco me tomaba en cuenta, pues estaba preocupada de verse bonita y pasear con su pretendiente. Yo por fortuna me encontré con un amiguito que andaba con sus papás, la cosa es que nos pusimos a dar vueltas por la plaza al ritmo de la música que sonaba bien fuerte. Para donde mirara habían puestos de algo, había para pescar pescaditos de plástico, tiro al blanco, un sapito que tragaba monedas, en fin; y para comer había de un cuanto hay, teníamos papas fritas, churros, anticuchos y empanadas. Yo estaba feliz, pues se nos compró una bolsita de chaya y al que pillaba de boca abierta le mandaba un manotazo de chaya para adentro. Me reía hasta que mi amigo me tiró uno a mí. Pero ni eso me entristeció aquella noche, llena de luces y risas, corríamos libres por la plaza, tropezábamos con gentes desconocidas y todos estaban igual de contentos.
Hasta que de pronto lo vi- Era un muchacho de más o menos 15 años, se llamaba Alan, era todo un galán. Y de repente ya no quería yo seguir corriendo con mi amiguito, si no que quería que este muchacho me mirara tal como lo venía haciendo. De pronto se acercó, me saludó y me dijo que diéramos vueltas por la plaza. Luego que nos dimos muchas vueltas, me pidió lo acompañara detrás de la iglesia. Yo pensaba, que no había nada de malo, pues era la iglesia; o sea que malo podía pasar allí. El asunto es que llegamos ahí y este Alan me tomó las manos y se acercó lentamente a mi boca y la juntó con la de él.
Esa noche sería ¡MI PRIMER BESOOOO! Yo estaba en shock. Cómo podía ser que a mí me besara algún muchacho y más encima guapo, si mi hermano José siempre me decía ¡fea! y que nadie me iba a querer. Por una parte tenía ganas de gritarle a mi hermano ¿viste, viste?, pero no estaba allí. Solo estábamos Alan y yo.
Luego de ese beso yo sentía unos nervios y como que quería salir corriendo, pero me aguantaba. Él fue muy cariñoso, pero de repente lo sentí demasiado cariñoso, y me dio terror cuando sentí que sus manos empezaron a bajar…nadie me preparó para ese momento. Me arrepentí de estar ahí con él, de dejar a mi amigo de travesuras por salir con este galancito, hasta que por fin sus manos tocaron mi colita. Ahí me aparté, lo miré con desprecio y le pegué tremenda cachetada, porque si había algo había aprendido de mi mamá fue que nadie, pero ¡nadie!, me debía tocar mis cosas. Ahí quedó con el cachete rojo y yo corriendo donde mi hermana, y nunca más la solté, hasta volver a la casa.
Hoy que soy adulta, recuerdo esta aventura y la comparto con ustedes, pues estoy segura que a muchas les pasó algo similar ¿O no?.
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(*) Alejandra Rodríguez es una mujer joven, putaendina, madre de tres hijos hermosos, por ahora peluquera de niños, y va desenfadada y feliz por la vida. En suma, madre, hija, esposa, apoderada, trabajadora, amiga y a veces bruja. Ella es…una mujer como tú.