Putaendo Uno

¡Una sola verdad! Noticias que importan

dormido busPor Iván Alcaide T., sicólogo (*)

Ivan Alcaide miniBueno mi nombre, o más bien como me llaman, puesto que llamarse a uno mismo es un poco extraño en este tiempo de desconexión de lo singular. Iván Alcaide Troncoso es el conjunto de fonemas que tratan de expresar quien soy.

Nací en Santiago, la capital apurada de nuestro país, soy el último hijo de mis padres Sergio y Silvia.  En este espacio donde me tocó crecer fue sentido y vivenciado por mí como un lugar de adultos, por eso siempre fui un poco cargante, quería insertarme en las conversaciones de los demás aun sin entender lo que se querían decir. En ese sentido, lógicamente, fui poco escuchado, y creo que eso sumado a otras cosas como las melodías que entonaba mi madre cuando cantaba mientras yo almorzaba para irme a estudiar, de alguna extraña manera sensibilizaron mi oído y generaron el gran y poco respetado, en este tiempo, de la imagen y el ver, la necesidad de escuchar.

Esta realidad que se relaciona íntimamente con mi profesión y mis pasiones; la psicología y la música, dos actividades que intentan hacer ingresar el mundo por la vía auditiva, haciendo hacer desaparecer la imagen y la necesidad de que la felicidad está en mirar.

De mi familia tengo muchos recuerdos, malos y buenos, como es la felicidad, en el fondo una condensación eterna de matices. Recuerdo mucho esfuerzo dentro de mi familia y también una melancólica alegría, que rodeó mi alma infantil y que algo del adulto atravesado por la niñez mantengo aun en mi locura íntima.

Mi padre y yo en algún momento deseamos que fuera deportista y jugué a la pelota en muchos lugares y uno de ellos fue San Felipe, lugar en el cual vivo ahora, y en cierta manera, triunfo también.

Hablar de mis historias (pasado-presente-futuro) carece de sentido por lo acotado que es esta crónica, pero les puedo decir que mis grandes pasiones son la escritura, la música, una pulsión especial por el diálogo y la alimentación de la cultura oral.

Mi llegada a San Felipe y en particular a Putaendo, es un poco incierta en tanto al lugar, pero tengo la certeza que el camino me camina y que soy un sujeto atravesado por lo externo. En este sentido el lugar de mi llegada a este hermoso valle se asocia con la amistad, un re-encantamiento con la naturaleza, la independencia emocional y económica de mi familia.

Particularmente soy alguien que piensa que la vida debe ser vivida siempre desde la sospecha y la incertidumbre derrumbando las certezas, pues es la única forma de ser creativo y arrojarse a eso que denominamos, sin saber muy bien, vida o vivir. En la actualidad terminé mi especialización en psicoanálisis en el Instituto de Psicoterapia y Psicoanálisis del Aconcagua, (IPPSA), donde mi forma de escuchar el sufrimiento humano después de esa experiencia fue fácticamente radical.

Publiqué un libro hace un tiempo acerca del psicoanálisis como teoría y ahora trabajo en otro acerca de su práctica, a la par de una novela que está apareciendo espontáneamente en mi cabeza y creo tiene que ver con fantasías y realidades de este maravilloso viaje a este lugar.

Agradezco el espacio para dar a conocer estas palabras que en un mundo donde la imagen, la virtualidad, la rapidez y la cultura del zapping y de los cuerpos perfectos, nos hacen olvidar el sentido íntimo de escribir, que en el fondo no es más que el loco intento escritural y metafórico por hacernos entender. Una realidad que, por lo demás, es demasiado difícil, puesto que el lenguaje nos trasciende, existe antes de nuestro nacimiento y a la vez nos somete a tratar de concretar lo que no tiene nombre con alguna palabra.

Los dejo con las primeras líneas de una novela incompleta, sin título y con un autor que es más escribiente que escritor.

Un particular saludo al fuego interno que me hace potenciar mi felicidad en estos momentos, mi mujer y compañera Jesús.

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“Media tarde de otoño, en un tiempo sin memoria, donde las personalidades son mixturas extravagantes de un devenir incierto, una ciudad silenciosa, rodeada de verdes cerros que parecen dinosaurios que descansan sobre el cielo, los pájaros flotan en vanidosas piruetas, y sólo el cantar de aquellos seres, el murmullo de la respiración y el ladrido de algún dantesco perro pueden captar la atención del hipnótico dormir. Estamos en finales de mayo, cayendo junio con su fuerte frio y su impenetrable oscuridad de noche, sentado en la vida el adolescente de esta ciudad pasa sus mañanas, tardes y noches, en un lugar demasiado silencioso y tranquilo para espíritus aventureros, una comarca donde el silencio te puede envolver al nivel tal, que pasas a ser parte de él, y a insertarte dentro de cualquier rasgo de humanidad, por maravillosas cuerdas amarillas, invisibles para el cuerdo, pero hasta sensibles para un muerto.

La vejez camina sin prisa por el laberinto de sus sueños, días de calma e inactividad pasan susurrando su dulce trueno. Las piernas de los jóvenes son apresuradas como sin vida, colapsadas por un futuro rotamente incierto. Las mujeres tapadas por los mantos de sus recuerdos bailan por la calle sin perderse de tocar el viento y los niños sonríen sin fuerza y buscando un lugar del cual emancipar sus creativas destrezas coaguladas por el tiempo”.

Son los pensamientos que florecen libremente luego que Benjamín abre sus ojos para contemplar ansiosamente un día más en su ciudad, un mañana tan igual a las otras superficialmente, pero tan novedosa profundamente que sólo la penetrante inhalación de la realidad lo hace despertar. Toma su primer aliento y disociado instantáneamente se dirige sin rumbo consciente y lentamente hacia algo así como su paraíso privado, su anhelo primario, su muerte buscada, toma un cigarrillo del suelo y enciende la punta enigmática de este, para reencontrar en su primera aspirada, algo perdido en un tiempo no recordado.

Lentamente Benjamín se acomoda en el sillón del mundo, con una mirada perdida, dirigida hacia la profundidad de la nada y exclama recordando a Nietszche “que sería de ti astro luminoso si no tuvieres a quien alumbrar”, mientras espontáneamente aparecen los recuerdos de las peleas en su hogar, ahora las siente como familiares y de hecho las extraña como algo necesario para seguir viviendo.

Tomando un respiro que más parece un ahogo mira a su desordenado alrededor que representa su íntimo interior, toma un par de cosas, una mochila, y se despide de su hogar y de su fiel perro, sale por la puerta de ilusiones que entrega el ambiente externo de la vida, como un nuevo nacimiento, cierra la puerta vientre pensando en el término de algo que aún no comienza. Ya caminando por las calles se dirige al terminal de buses para viajar a la capital de su país, no muy lejana de su ciudad actual, caminando como pájaro sin rumbo, pero sabiendo que ese desconocimiento propio de lo humano es su rumbo, enciende su música y se encuentra con Albinoni, y Andagio, música que le permite derramar lágrimas por sus viseras mientras camina raudo a la entrada del terminal de buses, compra su pasaje sin mirar quien se lo vende, como si ese otro no existiera y sólo fuera un objeto que facilita un papel que te asegura un viaje del cual sólo el papel que tienes en la mano es la única certeza en ese pequeño instante llamado vida.

Mientras desarmadamente toma asiento en un sillón de piedra y se sienta en el humo de sus pensamientos, mira frente de él y se encuentra con una mujer de unos 90 años que lo empuja a ver a otro como distinto a él con lo cual comienza a divagar mentalmente con lo siguiente:

“Tiempo ladrón de hijos y de amores, de vidas, de sueños, mientras se me mancha la piel, y el pelo se trasforma en la blancura de la vejez, y en ese trascurrir dejo pasar adorando objetivos sin sentido, lo real de mi existencia. “Esa caricia” sin nombre que no tiene precio, “esa lágrima” sin dueño que no es recogida por el mundo, nuestras vidas giran en torno a metas narcisistas, logros excéntricos y reconocimientos que no nos entregan nada más que una posición de opresor, la batalla por ser los mejores y los más eficaces. La vida no es eso, los cuerpos perfectos, las relaciones idílicas, la vida no es eso, el manto de lo material tapa la humilde sencillez del silencio de la vida, del susurro del encuentro, del vivir, del instante, del dolor, del elogio.

Pero estamos pensando en comprar o vender nuestras almas, para ser mejor médico, psicólogo, abogado, pero nunca para el otro sino para el reconocimiento propio, para lamer nuestro orgullo y no sentir los lamentos del narciso. Gran fracaso en la sencillez de la vida.

Miro en el tiempo de la vejez esos ojos caídos por las cicatrices de los años, veo el agradecimiento en momentos en los cuales nadie agradece, siento lo antiguo con el respeto de lo nuevo y puedo decir ¡la vida no es eso!, no es ese andar desparramando alegría sin generar amistad, no es beber hasta la última gota para compensar las amarguras, no es inhalar el dolor y coagularlo en un soplido, eso no es la vida.

La vida no es pararse para soñar adquirir bienes, esa no es la vida, no es la utilidad de las cosas, no es la sonrisa irónica del saludo injusto al viajante ajeno, la vida simplemente no es, la negación de la vida, en ese no es, soy y estoy constantemente negando la vida, pero no mi vida ni la de los otros, sino la vida como la manifestación más superficial y egoísta en un mundo donde se desborda el amor propio y el otro está desaparecido como sujeto, niego la vida porque en definitiva no sé qué es vivir, y manteniendo esa paradoja sin resolver puedo tener lágrimas en mis ojos y negar la vida para comenzar a vivir. No sé lo que es vivir pero sé cómo no quiero vivir”.

En este instante de profundo alejamiento de la realidad, aparece el señor que corta pasajes y con una pregunta que aparece como un hacha entre su mundo interno, la anciana y sus pensamientos, lo mira y le pregunta ¿viaja en el de las 20 horas? Casi confundido y enojado por la pregunta que lo saca de su líquido amniótico, de su divagar anestésico, Benjamín afirma con la mirada mientras las hilachas de su ser suben al bus, ventana número 39, esperando con ansias no tener compañero de viaje ni a nadie que tener que mirar o saludar con una cortesía hipócrita.

Toma un libro de su mochila, y trata de hacerse uno con él, mientras lee “Rayuela”, de Cortázar. Sus párpados vuelven a tambalear por el insomnio que lo aqueja. En este estado de no despierto pero tampoco dormido, la mirada de Benjamín se clava en la profundidad del cielo perdiéndose y soñando con alguna melodía inconclusa, con algún canto incompleto que lo lleve a aferrarse al mundo externo y no escapar en la humillación masoquista de sus recuerdos, para darle sentido a su vida. Colapsado de ideas, ese viaje se transforma en angustia, como pensando en el final, en la muerte, como sabia ladrona de almas, con fantasías de que es el último viaje y que está solo. En busca de consuelo aparecen vagas imágenes del ayer, que se transforma en mañana, y con un impulso de vida nacido de lo más profundo de su ser, se dice “esto soy yo y me pertenezco, pero gracias a Dios no me conozco, sólo me reconozco en el otro que pone fin a mi ser”, mientras definitivamente las páginas del libro ceden al manto onírico en el cual las ventanas del alma abren el paso al soñar.

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Iván Alcaide es Sicólogo y ejerce su función en el Cesfam Valle Los Libertadores de Putaendo.

 

Categories: ¿Te cuento?, General

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